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El incendio (provocado) que arrasó una fábrica de jabones de Carabanchel

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En junio de 1952, el semanario El Caso, que había nacido apenas un mes antes, publicó un extenso reportaje sobre el misterioso incendió que acabó con parte de la fábrica de jabones «Rodríguez Gómez. La Industrial», situada en la calle Teniente Coronel Tella (hoy Sombra) del distrito de Carabanchel.


Justamente al lado de la plaza principal del pueblo de Carabanchel Bajo se encuentra la calle del Teniente Coronel Tella (hoy Sombra) en la que estaba enclavada una fábrica de jabones llamada Rodríguez Gómez, La Industrial, Sociedad Limitada.

No se piense al decir fábrica en altos hornos, bullicio de obreros, producción en serie, cargando convoyes en la misma puerta. No; sin embargo, había sido un negocio próspero que dio para vivir bien a una familia.

Falta quizá de materias primas de importación, desentendimiento del propietario, saturación del mercado o lo que fuese, motivaron que el dueño, don Rodrigo Toribio Rodríguez Álvarez, necesitase una gruesa suma de dinero, cantidad que solicitó de dos entidades bancarias.

Pasó el tiempo y los bancos se impacientaban al no recibir, al vencimiento, el dinero que habían anticipado. Y ya se sabe que la impaciencia de los bancos suele traducirse en embargo, congelación de créditos, desahucio o cosa por el estilo. Y así ocurrió, buena parte de las mercancías y materias primas para fabricar el jabón fueron selladas, precintadas e introducidas en tres habitaciones (de la propia fábrica) que a su vez se sellaron y aseguraron con candados.

De vez en cuando, un inspector de los bancos vendría a comprobar que la cuestión seguía invariable. Y hacía falta material para seguir trabajando. Hacía falta dinero para pagar los créditos y evitar el embargo y la ruina.

Se comenzaron las trampas, hasta que ya no se pudo más. La verdadera situación debió hacerse insostenible porque a principios de febrero de 1952 comenzaron a ocurrir cosas extrañas en la fábrica de jabones. Unos obreros eran despedidos, otros gozaban (de improviso) de unos días de vacaciones, y otros, en fin, se veían extraordinariamente recompensados por trabajos que apenas merecían la pena.

¡¡¡FUEGO!!!

Dormía desde hacía un buen rato el tranquilo pueblecito carabanchelero. Pero a eso de las tres de la madrugada, primero tímidamente y luego con violencia, de la fábrica de jabones comenzaron a salir llamas. Danzaban su baile de destrucción alarmando a la barriada. Alguno, no se sabe quién, llamó a los bomberos.

Todo era confusión en torno. Los familiares del encargado de la fábrica salieron de su vivienda despavoridos. Otro obrero que vive allí mismo y que trabajaba en la fábrica se sintió despertado por el estrépito y el trajín general.

LOS BOMBEROS

Los bomberos, esta admirable institución que funciona puntualmente, que acude a la primera llamada, que se arroja entre las llamas para salvar una vida, para impedir un daño, que juega con el elemento más peligroso de la Naturaleza, los bomberos, decimos, llegaron inmediatamente. Para el gusto de alguien, demasiado pronto.

Hubo un hombre que al sentir el repiqueteo de la campanilla y ver enfilar el rojo coche hacia la fábrica, palideció: no obstante ser infernal el calor que despedía la enorme hoguera.

Con su celeridad característica, procedieron, en primer lugar, a cortar el fuego, localizándolo e impidiendo su propagación. Luego enchufaron las mangas y lanzaron un diluvio contra las ardientes brasas.

Inmediatamente también de haberse producido el fuego acudió la Guardia Civil, vigilante siempre y atenta a la desgracia ajena. En aquellos momentos de lo que se trataba era de salvar lo más posible.

AL DÍA SIGUIENTE

Dado que en una fábrica de jabones existe un cierto número y cantidad de materias inflamables, la destrucción de dos o tres grandes habitaciones o pequeñas naves quedó consumada. La intervención del servicio de extracción de incendios logró tras varias horas sofocarlo completamente.

Los obreros de la fábrica, casi todos ellos avecindados en el propio Carabanchel, se presentaron en seguida. Unos, a los pocos momentos de declararse el siniestro; los que vivían más alejados, al siguiente día, lunes.

Charcos de agua, maderas renegridas y ese olor a productos químicos abrasados era el panorama de aquella mañana de lunes. Un oficial de la Guardia Civil recogió algunos trapos del suelo y los aproximó hasta la nariz.

—¡Qué extraño! –murmuró-. Huele a petróleo. Será necesario enviarlo al laboratorio.

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EL SEGURO

La fábrica de jabones estaba asegurada en dos compañías. Se acercaba a los tres millones de pesetas lo que habría de percibir su propietario, dinero más que suficiente para liquidar los créditos, quitarse de encima a los bandos y reconstruir la fábrica siniestrada. Pero las compañías de seguros suelen ser muy cautas y lentas a la hora de pagar. Sobre todo cuando el asunto no está completamente claro, a satisfacción de todo el mundo.

No obstante, nada se pudo probar y la fábrica continuó rehaciéndose y trabajando, aunque a ritmo lento.

INTERVIENE LA POLICÍA

Hace pocos días, en la semana que acaba de trascurrir, funcionarios de las Brigadas de Información y de Investigación Criminal volvieron sobre el asunto. Se hizo una redada y en ella cayeron cuantos tuvieron algo que ver en aquella cuestión. Los simplemente inocentes declararon y regresaron a sus domicilios. Los que, de una forma más o menos directa intervinieron en el siniestro, han pasado a disposición judicial. En estos momentos, todos están convictos y confesos.

MIGUEL CORTES Y RAMÓN FARIÑAS

El incendio se atribuyó en los primeros momentos a un cortocircuito y de la rápida indagatoria policial de aquellos momentos no se pudo sacar otra luz. Pero ahora fueron preguntados más pacientemente los obreros y el encargado de la fábrica. Desertados en seguida quedaron Miguel Cortés Martín, de 67 años, natural de Tamames de la Sierra (Salamanca) y Ramón Fariñas García, de 29 años, nacido en Villamayor (La Coruña). Miguel cuenta los hechos así:

— Llevaba once años trabajando aquí en mi oficio de jabonero. Vivo en este cuchitril anejo a la fábrica. Tengo cinco hijos, cuatro de ellos casados, y este de 17 años, enfermo, que vive con nosotros.

—¿Notó usted algo anormal antes de la noche del incendio?

— Pues verá, todos sabíamos que había tres almacenes cerrados con candados y precintos. En ellos se amontonaban gran cantidad de cajas, conteniendo distintos productos para la fabricación de los jabones. No obstante, y bajo las órdenes y dirección del encargado, Fausto Dutrus, sacábamos las cajas, se vaciaban y volvían a colocar en la misma posición. Comprenderá usted que no era cosa de nuestra incumbencia.

— ¡Claro!

—El día 5 de febrero nos despidieron a Fariñas y a mí, aunque diciéndonos que volviéramos el lunes para reanudar el trabajo. El lunes fue día 12.

— ¿Vio el incendio?

—Naturalmente. Vivo justo al lado.

Ramón Fariñas coincide hasta aquí con su compañero. Ambos también aseguran que les pareció extraño ver rastros de colofonia en los lugares estratégicos y precisamente en los almacenes precintados. A Fariñas no le dejó entrar Dutrus cuando se presentó para ofrecer sus servicios, ya que también vive en Carabanchel.

DESPEDIDOS OTRA VEZ

El miércoles de la semana pasada tuvieron que repetir su declaración ante el señor juez.

— Por cierto, — nos dice uno de ellos— allí, en el Palacio de Justicia se nos acercó un señor, quien insistió que cambiáramos dicha declaración en un sentido favorable al dueño. Como estábamos decididos a decir únicamente la verdad y lo que sabíamos, le contestamos que no.

— Y fíjese en lo que acabo de recibir — añade Miguel — mostrándonos un papel, que reproducimos. Otro igual ostenta Fariñas.

Es una carta, con membrete de la fábrica, dirigida por separado a ambos, en la que dice así:

“Muy señor nuestro: Participamos a usted que con esta fecha queda suspendido de empleo y sueldo en esta Empresa como consecuencia del expediente que en este día se le instruye a usted y del que es instructor don Ramón Muñoz Tuero, con domicilio en la calle de Orellana, número 15. Atentamente le saluda” (Hay una seña que dice Rodriguez y Gómez, SL). La carta lleva fecha de 2 de junio de 1952.

LOS DEMÁS

Los otros encargados son Gumersindo García Rama, de 38 años, casado natural de Noblejas (Toledo) con ocho años de servicio en la casa; Tomás Garragorri Rodríguez, de 49 años, viudo, natural del mismo Carabanchel; con tres años de servicio. Luis García González y Luis Pérez. Capítulo aparte merece el encargado, Fausto Dutrus.

Todos los citados en primer lugar coincidieron en que el sábado les fue ordenado que sacaran las cajas de colofonia y las colocasen en determinados lugares. También dijeron que pocos días antes habían extraído 25 sacos de sosa, que se llevó una camioneta de los transportes “Los Canarios” con destino a la droguería El Arco Iris, situada en Carabanchel. Todo ello bajo las órdenes del encargado.

El sábado, realizado el extraño trabajo, pasaron por las oficinas para cobrar. Cuando abrieron el sobre, todos encontrar una sorpresa: en todos ellos, además de la paga, había un billete de 500 pesetas. Lo más curioso: ninguno hizo el menor comentario.

Cuando en la siguiente madrugada ardía la fábrica, más de uno pensó que las 500 pesetas posiblemente tuvieron algo que ver con todo ello. Sin embargo, con ese dinero no se les dio explicación alguna.

FAUSTO DUTRUS

El encargado era Fausto Dutrus Fontenelles, de 53 años, casado y natural de Valencia. En el pueblo de Carabanchel, quienes conocían algo lo de la fábrica señalaban a Fausto como culpable del incendio. Y así se ha probado.

— Recibí órdenes del propietario — ha dicho-. Me llamó para decirme: “Faustino, en la madrugada del sábado al domingo, procurarás incendiar la fábrica. Recibirás cinco mil duros en cuanto se cobre el seguro”.

Y la cosa se realizó como sospechaba la policía. Diseminó la colofonia, impregnó unos trapos de los de limpiar troqueles en gasolina y les prendió fuego con su mechero. Como decíamos al comienzo, si no es por la rápida invención de los bomberos, el edificio hubiera ardido por completo, borrando posiblemente toda traza de lo que se proyectaba.

EL DUEÑO HUIDO

La policía busca en estos momentos al instigador, don Rodrigo Toribio Rodríguez Álvarez, propietario de la fábrica que se ha dado a la fuga momentos antes de ser detenido.


Qué pasó después…

Poca información hemos encontrado después de que se publicara esta magnífica crónica sobre lo que aconteció a Fausto Dutrus y Rodrigo Toribio Rodríguez. Solo hemos encontrado una reseña de abril de 1953, apenas un año después del incendio, el dueño de la fábrica de jabones “La Industrial” decidió sacar el edificio a la venta en pública subasta.

El edificio tenía una dimensión de 2.886 metros y lindaba con la Finca de Vista Alegre. Estaría situada, aproximadamente, donde hoy está la comisaría de Policía Nacional de Carabanchel (calle Padre Amigo con calle Sombra). Salió a segunda subasta con un precio de 1.385.918 pesetas, un 25% menos del precio con el que salió en primera.


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