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Jorge y César Díaz, medio siglo haciendo barrio en Carabanchel

césar díaz y jorge díaz
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De las bravas del Cisne a las zapaterías MC, pasando por el bar Pocitos y la óptica Ramos, la historia de esta familia de origen asturiano es también la historia de un Carabanchel que se levanta cada mañana con olor a café, esfuerzo y mucho barrio en vena.

Cuando Jorge Díaz llegó a Madrid en febrero de 1964, traía poco equipaje, pero mucho coraje. Y como tantos otros que vinieron a buscarse la vida, encontró más que un trabajo: encontró un barrio. Venía de Navia, Asturias, con apenas 18 años, hambre de futuro y la ilusión intacta. Junto a otro paisano, Manuel Rico, recaló en el restaurante Zara de la calle Infantas, en pleno barrio de Chueca, regentado por una pareja con una historia que cruzaba el Atlántico: Pepe, también asturiano, había emigrado a Cuba en los años 40, donde conoció a Inés, hija de emigrantes españoles. Allí se casaron. Y tras la llegada de Fidel Castro al poder, en los primeros 60, decidieron volver a España.

En 1964, junto a Santiago y Mariuca, familiares también venidos de la isla, tomaron en traspaso una pequeña cafetería-freiduría en la calle Infantas, número 5. La llamaron Zara, heredando el nombre del antiguo dueño, originario de Zara-goza. Aquel local, que con el tiempo se transformaría en restaurante cubano-español, sería el primer hogar laboral de Jorge en Madrid. El restaurante aún existe hoy, aunque en la calle Barbieri. Pepe e Inés fallecieron en 2020, víctimas de la COVID-19.

Pepe e Inés en el Zara donde trabajó Jorge
Pepe e Inés en el Zara donde trabajó Jorge

Jorge Díaz llega Carabanchel

Un año después, Jorge encontró su sitio en Carabanchel. Era 1965, y el barrio hervía de vida. Comenzó junto a su amigo Victoriano en El Oporto, bar que luego sería Las Brasas y después La Pocha (hoy la Nueva Pocha), en Avenida de Oporto. En la misma acera donde también estaban el Ingar (hoy Café Astral), el restaurante y marisquería Porto Alegre y la mítica peluquería Fígaro —ambos desaparecidos tras el derribo del edificio que los albergaba en 2016— , y donde Jorge se arregló el pelo el día de su boda. Porque sí, se casó en Carabanchel, con Juani, fallecida hace unos años, y a quien conoció en la misma casa donde vivía. Ella era de Barco de Ávila, pero su familia también encontró en este barrio un lugar donde prosperar.

Peluquería Fígaro, Porto-Alegre; al fondo La Pocha y Astral (año 2008)
Peluquería Fígaro, Porto-Alegre; al fondo La Pocha y Astral (año 2008)

Jorge comenzó entonces una etapa intensa. Primero con Victoriano, amigo y compañero de barra, con quien trabajó en El Cisne de calle Laguna, 56, un bar que pasaría a la historia por sus bravas, famosas en todo Madrid. La receta de la salsa, heredada de Victoriano, se mantuvo durante años, incluso cuando el bar cambió de manos. El Cisne no era solo un bar: era un lugar de encuentro, donde la gente se saludaba por el nombre, donde cada caña sabía a barrio. Tan bien funcionó aquel primer Cisne, que los hermanos que se lo compraron a Victoriano decidieron abrir otro en la calle Zaida, esquina con Aceuchal.

el cisne de Laguna
El Cisne de Laguna (ya no existe)

Se hace cargo del Pocitos

A principios de los 70, Jorge dio el gran paso y se puso al frente del bar Pocitos, en la calle Tucán. Se lo traspasó Manuel Méndez, un uruguayo que había vivido en Asturias y que lo había bautizado así en honor a la playa de Pocitos, en Montevideo. Fue un negocio de diez años intensos, donde Jorge trabajó codo con codo con Miguel Díaz, un empleado que fue mucho más que eso: compañero de fatigas y parte del alma del local. El éxito les llegó con la oreja a la plancha, con permiso del Gonmar.

Más adelante, contrataron como camarero a Paco Díaz, hermano de Miguel, que se incorporaría primero en el segundo Pocitos —el Doalva, porque su antiguo dueño se llamaba Domingo Álvarez y que estaba situado en la calle Alondra, 26— y más tarde pasaría al Pocitos original, del que acabaría tomando las riendas hasta su jubilación en 2021.

Bar Pocitos
Bar Pocitos, poco antes de la jubilación de Paco

Y es que el de Tucán con Pinzón no fue el único Pocitos. Aquella marca y ese carácter se extendieron a otros dos locales. Uno fue el ya mencionado Doalva, y otro justo enfrente del Pocitos original, en la calle Pinzón, donde hoy se encuentra el restaurante ecuatoriano Perla del Pacífico. Durante un tiempo, este local fue una marisquería también regentada por Jorge. Después, años más tarde, Paco abriría El Rincón del Pocitos, junto al local actual, y también cerrado actualmente.

Óptica Ramos, el otro negocio de Jorge Díaz

El afán emprendedor de Jorge Díaz no tenía límites y a finales de los 70 decidió abrir una óptica en calle Laguna. Se aseguró el éxito fichando a Paco Ramos, el óptico más famoso de la zona y que desde 1957 trabajaba en la pionera Óptica Aras, hoy reconvertida en Centro Óptico Laguna 38. Para que no hubiera dudas, Jorge la bautizó con su nombre. Nacía así la mítica Óptica Ramos.

Aunque Jorge la abrió junto a Ramos, pronto se desvinculó del proyecto para dedicarse a otra de sus pasiones, la apicultura, quedando la sociedad en manos de su mujer, Juani, y de Paco, hijo de Ramos.

Fue ella —madre de César y verdadero motor de la familia— quien tiró del carro durante los años buenos, pero sobre todo, en los momentos difíciles. Trabajaba en el mostrador, atendía al público, cuidaba de los hijos, —César tiene dos hermanos, Jordi y Noelia—, ayudaba a Jorge cuando salía a las colmenas, preparaba la comida, la ropa… y aún así encontraba tiempo para ir a natación cada mediodía.

Fue el punto de sensatez y firmeza que sostuvo todo aquello desde dentro, sin buscar protagonismo, pero mereciéndolo todo.

Esta óptica y su característico toldo naranja daban la bienvenida a todos los visitantes que se adentraban en Laguna por la calle Oca. Y ha estado ahí, en pie, hasta hace apenas unos meses, que ha dado lugar a una tienda de telefonía.

En ese local, con dos plantas, también empezó a trabajar su hijo César, que había heredado el alma de su madre y su padre. Y es que, a pesar de su juventud, César ya había vivido la noche carabanchelera, asociándose con empresarios míticos como José, propietario del inolvidable Lagartijo de los bajos de Opañel.

Óptica Ramos
La Óptica Ramos cerró en 2025

Pero pronto la calle Laguna se convertiría para César en algo más que un lugar de trabajo: allí conoció a su mujer, Gema, hija de la propietaria de la corsetería Lazzos, y allí empezaría también su carrera comercial.

César abrió la zapatería MC junto a la óptica, y después dos más, una en Marcelo Usera y otra en Humanes. Vendía calzado de alta gama, como la marca alemana Romika, de la que incluso llegó a gestionar una franquicia. Viajaba a Tarragona, a la fábrica, y colocaba sus productos en hospitales y clínicas. Zapatos feos, decía él, pero que eran gloria para los pies.

Zapaterías MC
Zapaterías MC cerró definitivamente en 2008

La asociación de comerciantes, el pulmón de Laguna

César era mucho más que vendedor de zapatos: montaba gafas en el sótano de la óptica a primera hora, gestionaba las tres zapaterías y, cuando le sobraba un rato, organizaba cuadrillas de socorristas para piscinas comunitarias y municipales. Años más tarde, fundaría Acuasos, su empresa actual, dedicada al mantenimiento de viviendas y piscinas (son los mejores, por cierto). Además, en paralelo, se dejaba la piel por el barrio. Junto a otros comerciantes como Julio, el librero de la Quirós, o Paco, el de la propia Óptica Ramos, decidió que era hora de organizarse.

Cansados de las luces mediocres en Navidad, del caos de los aparcamientos y del «cada uno a lo suyo», montaron una asociación de comerciantes. Iban puerta a puerta, comercio a comercio, convenciendo a vecinos que eran también empresarios, o al revés. Lo hicieron a pulmón, sin ayudas, sin burocracia. Querían que la calle Laguna fuera un referente, que pudiera competir con los centros comerciales que amenazaban con devorarlo todo.

Pidieron presupuestos reales, fiscalizaron cada gasto y consiguieron que Laguna fuese la segunda calle mejor iluminada de todo Madrid en la Navidad de aquellos años. También la segunda con más vida comercial tras la mítica Preciados. Venía gente de toda la ciudad y de los pueblos de alrededor, no solo por necesidad, sino porque sabían que allí, tras cada mostrador, había historia, oficio y humanidad.

En Navidad cerraban a medianoche. La calle era un hervidero de gente. Había seis ópticas, tiendas de ropa de primer nivel como Harry’s, Cábala, Oxford, Asenjo Novias, Los Guerrilleros, Moda Elda, las peleterías Piedapiel y Mega-Piel, Rámfel y hasta la mítica Cafés Pozo, recientemente desaparecida. Eran otros tiempos. Un tiempo que no volverá, pero que quedó escrito en la memoria de quienes lo vivieron.

rámfel
Otra de las míticas ya desaparecidas: Rámfel

También pactaron con el parking que hoy pertenece al Mercadona de la travesía de Pinzón para que los clientes de Laguna pudieran aparcar gratis. Soñaban con hacer barrio desde lo práctico, con convertir la calle en un espacio más humano. Incluso lucharon por peatonalizarla, pero no lo consiguieron. Cuando al fin esta reivindicación se hizo realidad, ya era tarde. Muchos negocios habían echado el cierre. La vida, como tantas veces, no esperó.

Aquel intento de devolverle el brillo a Laguna fue, en palabras de César, «una batalla bonita, aunque con final agridulce». Pero si hoy alguien camina por allí y ve solo una sombra de lo que fue, que sepa que hubo un tiempo en que la calle Laguna no solo vendía, sino que latía.

Hoy, la mayor parte de las tiendas se han ido. La calle es peatonal, sí, pero con menos vida comercial. O diferente, al menos. Lo que queda es la memoria. La de Jorge, que a sus casi 80 años sigue cuidando de sus colmenas, el negocio que abrazó cuando decidió dejar la óptica. Y la de César, que aunque podría haberse mudado al centro, a la sierra o a una urbanización a las afueras, decidió quedarse en Carabanchel e impulsar su negocio aquí. Y no solo eso: sigue haciendo bandera del barrio allá por donde va. Tiene memoria y tiene compromiso, aunque últimamente ande un poco renegado. Pero por mucho que se queje, Carabanchel le sale por los poros. Quizá por eso le duele tanto ver el cambio que están sufriendo sus calles.

Y, ante todo, queda la huella. Porque si Carabanchel creció y salió del fango, fue gracias a familias como esta. Gente que trabajó duro, que ganó dinero, que podría haberse marchado a otro lugar supuestamente mejor, pero que eligió quedarse. Porque sabían que el valor de un barrio no está en el código postal, sino en las personas que lo sostienen desde la trastienda, desde la barra, desde el mostrador. Con generosidad, con tesón, con una sonrisa. Y, sobre todo, con amor en vena por Carabanchel.

Por eso, gente como Jorge o como César, pase lo que pase, estarán siempre en mi equipo.


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2 comentarios en «Jorge y César Díaz, medio siglo haciendo barrio en Carabanchel»

    1. decir que me emocionado. pues yo llegue a vivir esta historia, me crié en carabanchel no recuerdo el nombre, pero tuve una gran amistad corta, con el hijo del dueño de una óptica, recuerdo que tenia un seat 124 sport blanco, ami me llevaron mis padres desde Andalucía, en los 58, a la calle ramón serrano, el principio fue duro muí duro pero pronto di con la tecla del barrio, mercado de abastos de carabanchel, charcuteria segundo 64, tienda de ultramarinos saturnino tegera 64, embutidos valle 66, avía que empezar pronto a producir, nací en Moron de la Frontera (Sevilla) 1952 todo lo que huele a carabanchel me traslada a mi infancia grandes recuerdos

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