En uno de los lados de la calle Nueva, hoy conocida como calle Dátil, existió durante varios años un teatro: el de Las Delicias. Su nombre tiene una explicación sencilla: se levantó sobre los terrenos que en su momento ocupaba la inmensa finca de Las Delicias Cubanas, levantada en 1834 por Francisco de Asís Antonio Narváez Borghese Macias y Arredondo, I Conde de Yumurí y Vizconde de Matanzas (Cuba).
Tras la muerte de Narváez en 1865, sus herederos dividen la finca de 15,7 hectáreas en tres partes. Al poco tiempo, deciden deshacerse de ella. Una parte, la más cercana a la actual Avenida de Carabanchel Alto la donan a las Escolapias, que estaban levantando su colegio, inaugurado en 1871. La parte más cercana a la parroquia de San Pedro, donde se situaba el palacio, la donan a las Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Ese palacio todavía existe: hoy se conoce como Villa San Pablo.
La última parte, la más extensa, y que ocuparía todo el rectángulo que hoy va desde, aproximadamente, Avenida de los Poblados (que no existía) hasta el muro que todavía se puede contemplar en el Parque Carabanchel y la calle José Cárdenas, salió a subasta.
De Elisea Soler a Federico Grases
Nos referimos, obviamente, a una época previa a la construcción de la Colonia de la Prensa, que no empieza a tomar forma hasta 1913. En concreto, todos estos terrenos, que en su momento ocuparon los huertos y jardines de Delicias Cubanas, los adquiere en 1891 mediante subasta pública la catalana Elisea Soler, hermana del pintor Francisco Soler, escenógrafo más importante de la historia de Cataluña.
Lo que hace Doña Elisea después de la compra es donar una parte a su hija, Ignacia Vidal y vender otra parte a su yerno, Federico Grases, hermano del famoso arquitecto modernista José Grases Riera.
Fueron ellos, los hermanos Grases, quienes diseñaron el proyecto «Nuevo Carabanchel» que, posteriormente, daría lugar a la Colonia de la Prensa, una vez que adquiere los terrenos la agrupación de periodistas de «Los 50», si bien eso lo contaremos en otro artículo.
El pueblo quiere un teatro
Como decía, los Grases diseñaron este proyecto (que apenas vio la luz) en torno a manzanas rectangulares en retícula, en el que las cinco calles principales tenían orientación noroeste-suroeste y enlazaban con la calle de Madrid (hoy Eugenia de Montijo) y con el Camino de Carabanchel Bajo (hoy Alba de Tormes). Son las calles Dátil, Paseo Castellanos, Federico Grases, Rodríguez Lázaro y Época, si bien en aquel proyecto no se llamaban así.
En esos años, la vida sociocultural carabanchelera estaba en auge. Una joven María Lejárraga transitaba por sus calles del brazo de su futuro esposo, el editor y empresario Gregorio Martínez Sierra. Y en muchas ocasiones, sus influyentes amigos (Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Valle Inclán o Jacinto Benavente) decidían visitarles en el apartado y apacible pueblo de Carabanchel Bajo.
El problema era que el pueblo no tenía teatro más allá de la sala de fiestas «La Langosta» y el teatro de La Flor, situado en la Quinta de Miranda y solo apto para los amigos aristócratas de la emperatriz Eugenia de Montijo y de su sobrina, María Asunción Fitz-James Stuart, duquesa de Tamames.
Por eso, tal y como se recoge en las diferentes ediciones del periódico «Crónica de los Carabancheles» del 15 de marzo de 1898, el pueblo de Carabanchel decidió levantar su propio teatro.
«Todos se quejan, porque todo anda mal… pero yo no sé qué diablos tienen estos Carabancheles, que en cuanto se reúnen tres y surge una idea más o menos beneficiosa al pueblo, en nada reparan ni nada les detiene. Aquí siempre se han hecho las cosas así; un día para pensarlas, otro para resolverlas y otro para realizarlas», recoge la crónica de ese día.
Lo costean los vecinos más pudientes
Dicho y hecho. Rápidamente se organizó una reunión de la que salió una junta presidida por Alejandro Sánchez, alcalde por aquellos años y director de La Fosforera, siendo, sin duda, el personaje más influyente del Carabanchel de finales del XIX.
A él se sumaron otros ilustres de la época como Francisco Romero, propietario de la Plaza de Toros cuadrada y de madera que había en la calle Magdalena (hoy Monseñor Óscar Romero), el concejal, industrial (y posteriormente alcalde) Saturnino Tejera o Casimiro Escudero, dueño de un importante comercio de exportación de productos coloniales en la calle Eugenia de Montijo, por aquel entonces, calle del Marqués de Salamanca.
Cómo no, el médico Leandro Lejárraga, padre de María, o Ramón Serrano, director de «La eléctrica de los Carabancheles», no faltaron a aquel importante encuentro.
Allí calcularon que necesitarían 30.000 pesetas para levantar el teatro, así que las dividieron esa cantidad en 600 acciones a 5 pesetas cada una, a pagar en 10 meses y a razón de 5 pesetas mensuales por acción. Francisco Romero fue el primero que se lanzó a comprar 40 acciones. Alejandro Sánchez siguió sus pasos y también los fabricantes de jabón, Fernando y Demetrio Muñoz Vargas. En esa primera noche, más de 300 acciones estaban ya resueltas.
El teatro se inaugura en 1899
A principios de 1899 comenzaron las obras y, aunque se preveía inaugurar en octubre, el teatro estuvo listo antes del verano. El Teatro de las Delicias se encontraba en la zona que hoy ocupa el paseo lineal que existe entre Avenida de los Poblados y la calle Dátil; calculamos que, aproximadamente, frente al número 7 de dicha calle. Por tanto, se encontraba en los terrenos de Federico Grases, que, a la postre, se convirtió en su director.
En la inauguración, cuentan algunas crónicas de la época, hubo conciertos, serenatas bailes, merienda… y dicen que hasta se improvisó una fuente muy original que por sus caños daba agua, vino y leche; una moda que se llevaba a cabo en Madrid cuando había algún evento importante, desde que se instalaran por primera vez con motivo de la boda de Isabel II en 1846.
La famosa representación del 10 de septiembre de 1899
El Teatro de las Delicias de Carabanchel Alto —cuyo empresario era Antonio Vico Pinto, de la larga saga familiar de los Vico— acogió el 10 de septiembre de 1899, la traducción de La fierecilla domada de Shakespeare, cuyo montaje fue dirigido por el Jacinto Benavente, que había escrito la traducción. Los ensayos habían comenzado el 25 de agosto en el salón de un palacio en la plaza Santa Ana y duraron dos semanas.
“En una de sus horas caprichosas, don Jacinto (Benavente) organizó una representación de aficionados en el teatro de Carabanchel. Se pusieron en escena dos obras: La fierecilla domada, de Shakespeare, y un sombrío drama, Cenizas, escrito por Ramón del Valle Inclán”, cuenta María Lejárraga en su libro Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración.
En aquella versión de La fierecilla domada, el propio Benavente representó el papel de Petruchio, Gregorio Martínez Sierra el de Grumio, Pedro González Blanco el de Gremio y parece que la protagonista, Katharina o Ketty, fue la magnífica Concha Catalá. «Una actriz tan bonita y tan discreta como la señorita Catalá arrancó muchos aplausos», recogía al día siguiente el periódico La Época. El estreno tuvo lugar a las ocho de la tarde y los carteles fueron diseñados por el pintor Santiago Rusiñol, amigo también de María y Gregorio.
María Lejárraga habla de Cenizas
En cuanto a Cenizas, María lo recuerda así: “En el drama, Benavente era el desdichado amante y mi marido -entonces aún mi novio-, (pues se casaron en 1900), el implacable jesuita que ayudaba a bien morir a la infeliz enamorada». Esa enamorada, la protagonista, una vez más, fue la gran Concha Catalá, según los recuerdos de María.
Asimismo, la propia María Lejárraga cuenta que todos los preparativos para este importante estreno se llevaron a cabo en su casa, situada en el número 16 de la calle Sombra, justo detrás de la parroquia de San Sebastián. “En mi casa se prepararon la mayor parte de los extravagantes lazos y escarapelas con que se engalanaron los actores”, cuenta en su libro.
En cuanto al periódico La Época, decía que a esta «fiesta teatral» acudieron muchos «literatos y periodistas, actrices y actores distinguidísimos” y añadía que el éxito de la representación seguro animaría a llevar las obras a algún teatro madrileño. Eso sí, solo hace mención de la representación dirigida por Benavente. Al menos, Valle Inclán estaba presente: fue atrezzista y peluquero.
De lo que no cabe duda, es de que fue un día inolvidable para las gentes de Carabanchel, que vieron cómo los personajes más importantes del Madrid sociocultural del momento acudían a su humilde teatro de aficionados.
El estreno oficial en Madrid
Pero entonces, ¿estrenó Valle Inclán en Carabanchel? La prensa de la época afirma que Cenizas se estrenó oficialmente el 12 de diciembre de ese año en el Teatro Lara. Fue la primera obra de teatro escrita por Valle Inclán, por lo que no es de extrañar que, tal y como recuerda María en sus memorias, organizara ese pre-estreno a la sombra del maestro Benavente en el Teatro Delicias de Carabanchel. Y también que pidiera a los periodistas que acudieron que no mencionaran esta versión para no perjudicar así al estreno oficial previsto en diciembre. Lo que está claro es que el periódico vespertino La Época sí se hizo eco del estreno oficial: «El público oyó la obra del Sr. Valle-Inclán con agrado y le llamó a escena al final del acto tercero».
En esa representación también estuvieron Jacinto Benavente y Gregorio Martínez Sierra que, además de actuar en Cenizas, como supuestamente ocurriera en Carabanchel, interpretaron la pieza corta de Benavente, Despedida cruel. El objetivo de la función fue benéfico: recaudar dinero para comprarle un brazo ortopédico a Valle-Inclán que había perdido el suyo en julio de ese año en el café de la Montaña tras una disputa con el periodista Manuel Bueno. De hecho, Valle Inclán quería ser actor, pero tuvo que pasarse al otro lado tras este triste acontecimiento que le dejó manco.
Poco después, Cenizas se publicaba en una pequeña edición —Madrid, Administración de Bernardo Rodríguez, 1899—, cuyo colofón iba dedicado a su gran amigo: «A Jacinto Benavente. En prenda de amistad. Valle-Inclán». Valle siguió trabajando esta obra para volverla a publicar en 1908 con un nuevo título: El yermo de las almas.
Segunda parte
Pepe Marchena, el mejor cantaor que actuó en el Teatro de las Delicias
Pues me parece extraordinario el recordar este hecho cultural
A mi me encanta ver y saber de nuestro pasado
Me parece muy interesante éste artículo hasta hoy desconocido para mi. Cuánto se podría escribir de éstos grandes pueblos que fueron los dos carabancheles el alto y el bajo. .gracias por el artículo
Excelente artículo
Con que ganas me quedo de ver publicado el siguiente artículo sobre » el nuevo Carabanchel» colonia de la prensa.