En un bar del Camino Viejo de Leganés, una fría tarde de enero de 1963, el albañil Timoteo Buendía, con unas copas encima tras una jornada dura en la obra, vio aparecer la imagen del dictador Franco en una televisión en blanco y negro. No pudo contenerse. “¡Me cago en Franco!”, gritó varias veces ante el resto de clientes del bar Acisclo, en pleno corazón de Carabanchel.
Aquella frase, espontánea y temeraria, lo llevaría poco después a ser detenido y procesado. En marzo de 1964, ya bajo la nueva jurisdicción del Tribunal de Orden Público (TOP), fue condenado a diez años y un día de prisión por “injurias graves al jefe del Estado”. Timoteo pasaría a la historia como el primer condenado por este órgano judicial represivo.
La historia comienza en el bar Acisclo
Todo ocurrió en el bar Acisclo, entonces ubicado en el número 171 del Camino Viejo de Leganés. Fundado en los años veinte del pasado siglo como casa de comidas, el local fue regentado por varias generaciones de la misma familia. En 1952 nació allí mismo Acisclo, hijo del fundador, y en 1978 el bar se convirtió en restaurante con el propio Acisclo hijo, su mujer Rosi y su madre Ángela al frente. Se hizo célebre por sus gambas a la plancha, el lomo embuchado, las chuletillas de cordero o la merluza a la romana.
El local original cerró en 2011, pero su historia no acabó ahí. Desde entonces, los nietos del fundador —Alberto y Acisclo— reabrieron en la avenida de los Poblados, 131, rindiendo homenaje a sus raíces y a esa clientela fiel que convirtió aquel rincón del barrio en punto de encuentro.
Lo que no imaginaban es que décadas antes, aquel pequeño y recordado bar que abrieron sus abuelos en Camino Viejo de Leganés sería escenario de una pequeña insurrección obrera que acabaría marcada en los archivos del TOP.

Qué era el Tribunal de Orden Público
El TOP fue creado en diciembre de 1963, casi un año después de la detención de Timoteo. Hasta entonces, los delitos políticos eran competencia de la jurisdicción militar. La fundación del tribunal buscaba dar una imagen de “normalización judicial” al exterior en un momento en que el régimen quería integrarse en Europa.
Pero el maquillaje no ocultaba su verdadera función: silenciar la disidencia política, social y hasta verbal. El TOP no rebajó la represión, simplemente la burocratizó. Su sede estaba en el Palacio de las Salesas de Madrid, y hasta 1977 juzgó más de 22.000 causas, muchas de ellas por hechos tan nimios como una frase dicha en voz alta en un bar.
La condena de Timoteo Buendía
Timoteo Buendía, peón de la construcción, tenía 42 años cuando fue detenido, el 29 de enero de 1963. Aunque el TOP no existía aún, su causa quedó bajo su competencia cuando el tribunal comenzó a operar. La sentencia le llegó en marzo de 1964: diez años y un día por injurias al jefe del Estado. Una pena desproporcionada, como todas las que dictó el TOP.
Pasó tres años en prisión antes de ser indultado por decreto del propio Franco en 1967. Aun así, su historia quedó grabada como la primera condena oficial del TOP.

Otros casos absurdos
Aunque la de Timoteo fue la primera sentencia del TOP, hubo otros casos previos que, aunque juzgados después, revelan hasta qué punto el franquismo castigaba cualquier disidencia.
Uno de los más llamativos fue el de Román Alonso Urdiales, joven falangista de 22 años que, durante una misa en el Valle de los Caídos en 1960 y con Franco presente, gritó “¡Franco, eres un traidor!”. El hecho ocurrió tres años antes de la fundación del TOP, pero su causa acabó en el nuevo tribunal. La frase, dicha en un acto oficial y entre las élites del régimen, causó tal escándalo que fue inmediatamente detenido y condenado.
Otro caso más común fue el de José Santana Díaz, condenado en 1967 por decir en tono de chanza: “Franco es una mierda y los que sirven con él también”. Lo escucharon unos soldados. Un año de cárcel por una frase. Nada nuevo bajo el sol del TOP.
Un tribunal para silenciar al pueblo
El TOP fue una prolongación “civil” de la represión militar. Aunque permitía la asistencia de abogados, las pruebas eran casi siempre informes policiales de la Brigada Político Social. Las denuncias por torturas no se investigaban. Según el jurista Juan José del Águila, afectó a más de 50.000 personas. Un 70 % eran trabajadores; un 22 %, estudiantes.
Un recuerdo para Timoteo
Timoteo Buendía no fue activista ni militante. Fue un albañil, vecino de Carabanchel que, tras un día de faena, se hartó y dijo en alto lo que muchos pensaban. A un paisano del bar no le pareció bien y decidió denunciar. Y Timoteo fue injustamente castigado.
Su historia merece ser contada. Porque no todos los héroes se organizan en la clandestinidad. Algunos simplemente se atreven a hablar donde otros callan.
Y si hay un lugar donde esta historia merecía ser contada, es en Por Carabanchel. Porque este barrio no solo levantó casas con manos como las de Timoteo, también sostuvo la dignidad de quienes se atrevieron a hablar cuando el silencio era ley. En esos bares de esquina, entre vino y ladrillo, se dijeron muchas verdades con riesgo de cárcel. Hoy rescatamos esta, no para hacer justicia, sino para no olvidar.
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